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Mientras dormía, los tres osos volvieron a casa. Papá Oso notó
inmediatamente que algo había pasado. “¿Quién ha comido de
mi sopa?”, se preguntó. “Y ¿quién ha comido de mi sopa?”,
preguntó también Mamá Oso, muy sorprendida. “¿Quién se ha
comido toda mi sopa?”, se lamentó Bebé Oso. Los tres osos
fueron entonces al salón. “Alguien se ha sentado en mi silla”,
gruñó Papá Oso.“Alguien se ha sentado en mi silla”, refunfuñó
Mamá Oso.“Alguien se ha sentado en mi silla... ¡y la ha roto!”,
gritó Bebé Oso.
“Shht”, susurró Papá Oso, “¿lo oís?”. “Alguien está roncando”,
dijo Mamá Oso en voz baja. Los tres osos subieron a las
habitaciones de puntillas.“Alguien ha estado saltando en mi
cama”, dijó Papá Oso.“Alguien se ha tumbado en mi cama”,
observó Mamá Oso. “¡Y alguien está todavía en mi cama!”,
exclamó Bebé Oso preocupado.
En ese mismo momento, Ricitos de Oro se despertó. Se asustó
tanto al ver las caras enfadadas de los tres osos que saltó de la
cama de golpe y salió corriendo de la casa.
Desde ese día, Ricitos de Oro nunca ha vuelto a entrar en una
casa, a menos que la invitaran. La familia Oso sigue viviendo
feliz, en lo profundo del bosque.